El amor del bien, la virtud en una palabra es el alma de la política y urbanidad: el sentimiento de una justa armonía entre nuestros intereses y nuestras relaciones sociales es también indispensable a esta agradable cualidad. El buen humor excesivo, la alegría delirante, las grandes penas, la cólera, el amor, los celos, la avaricia y generalmente todas las pasiones son el escollo ordinario de la urbanidad. La medida en todas las cosas le es en tal grado necesaria que seria una falta contra ella poner demasiada afectación en observarla.
La urbanidad dice M. Aimé Martin, se refiere a las costumbres y hace parte de la moral; es el saber vivir, es la decencia, el respeto de los demás y de sí propio, es por último el respeto de las cosas divinas; pues es preciso no confundirla con el bien decir es el hacer bien. Un farsante no podría enseñarla, la da la educación del alma, y acaso no existe un signo exterior no solo de urbanidad sino de simple política que no tenga su principio moral mas o menos próximo.
Hemos visto desaparecer la cortesanía en los sangrientos dias del terror, y lo que da a esta época un carácter único en la historia, no es que haya habido verdugos, sino que estos hayan mostrado placer en manifestarse bajo las formas mas abyectas. Es un espectáculo digno de las meditaciones del Legislador, un gran pueblo civilizado y sin finura de modales.
Hoy mismo el sentimiento de urbanidad se encuentra debilitado entre nosotros. En los pueblos antiguos estaba reglado por la virtud, en nuestros mayores por las delicadezas del honor; mas nuestras revoluciones sucesivas han apagado este último móvil y cambiado el carácter de la nación.
Si la urbanidad es necesaria en general, no es menos indispensable en particular. Rango, fortuna, talento, belleza, nada dispensa de la amenidad: nada puede inspirar la consideración ni el amor ni esa afabilidad graciosa, esa dulce dignidad, esa elegante simplicidad que constituyen el hombre fino.
Cada uno siente que la gracia dispuesta a servir agrada más que el mismo servicio, y que una sonrisa benévola, un tono afectuoso conmueve mas el corazón que la más brillante frase.
En cuanto a la parte técnica de la urbanidad en las cosas de pura fórmula, el hábito de la sociedad y de saludables consejos son sin duda alguna muy útiles; mas el gran secreto para no faltar a las reglas del buen tono es tener siempre el ánimo de portarse bien. En una tal disposición de ánimo, la exactitud en practicar las buenas reglas parece a todos llena de encanto y de poder; y no solamente entonces son excusables las faltas, sino que son agradables por el descuido y la sencillez.
Como San Agustín que se limitaba a decir: «amad a Dios y haced luego lo que gustareis» nosotros repetiremos a los jóvenes principiantes en el mundo; sed modestos, benévolos, y no os inquietéis de las faltas de vuestra inexperiencia; un poco de atención, los consejos de un amigo, podrán brevemente rectificar esos ligeros errores. Yo quiero ser este amigo. Encargándome de repisar y refundir el manual de la buena sociedad, hé deseado seros útil y he contraído este compromiso. Una distribución más metódica de la obra, acompañada de detalles más positivos y más variados, y de importantes aplicaciones para todos los estados y circunstancias de la vida, me atrevo a creer acabarán de hacer este tratado digno de su destino.
(Fuente: Nuevo Manual de la Buena Sociedad o Guía de la Urbanidad y de la Buena Educación. Autora: Madame Celnart. 1.854).
Nota: Los artículos "históricos" se publican a modo de referencia, para conocer la historia y evolución social de los buenos modales y la etiqueta así como la transformación de la sociedad y sus costumbres, pudiendo contener conceptos y comportamientos anacrónicos y desfasados para la sociedad actual.
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